LA
JUSTICIA SIN JUSTICIA
El
afán de JUSTICIA con mayúsculas se aprecia cada vez de manera más
intensa al hilo de los escándalos que sacuden al ciudadano día tras
día.
De
pronto la gente ha llegado a darse cuenta de que la justicia no es
igual para todos. Nunca lo fue pero ahora el personal empieza a
caerse del burro.
Nuestra
Constitución se asienta en uno de los pilares más endebles que
imaginar podemos: la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. Es ésta
una de esas verdades conocidas por todos pero a la que nadie ha
querido aludir, temerosos todos de esa Justicia como si todavía la
antigua Inquisición nos persiguiera. Miedo -y no respeto- es lo que
suscita.
Todos
la han temido, especialmente nuestros políticos, los de siempre y
los de ahora, que nunca han osado hacer la menor crítica sobre esa
piel que cubre las vergüenzas de un sistema legal hecho para pobres
y menesterosos. Los ricos y los poderosos son otra cosa.
Pero
no es solo la verdadera desigualdad del trato que la Justicia hace de
unos y otros, con unas leyes solo posibles de entender y de sortear
por parte de quienes tienen medios económicos, pues solo ellos
poseen medios para pagar asesoramientos y defensas. Las leyes
penales, los delitos y las penas, son inexplicablemente benignas para
quienes roban a mansalva desde el poder, sea el poder que sea. Le han
llamado “corrupción” pero podrían haberle llamado “conclusión”,
porque ésta no es otra que de los chorizos de altura solo escasos
representantes pasan por la prisión. Eso sí, se quedan lo que
robaron. La impunidad más absoluta hiere las retinas de los
ciudadanos cuyo bolsillos son esquilmados por la Hacienda Pública, y
que son mirados más como supuestos delincuentes que como sufridos
paganos a diestro y siniestro.
La
gente no entiende este tipo de Justicia. Yo diría que nunca la
entendió, pero siempre tuvo ese respeto temeroso que justificaba
aquella “maldición del gitano”: pleitos tengas aunque los
ganes..
.
Esta
es una justicia que no es justicia.
Es una justicia que, tras haber pasado por ella, queda toda la
sensación de que nada ha cambiado desde la época de Cervantes.
Procesos
largos e interminables, legajos y tomos que van acumulándose
grapados sin que el lenguaje en que están escritos los entienda
nadie, leyes modificadas de otras modificadas de otras que se
modificaron y así sucesivamente desde 1887, retrasos tales que
cuando llegan las sentencias ya no sirven para nada, errores
múltiples de los que nadie se hace responsable...
Y
estamos en el 2017... Nada ha cambiado, especialmente la mentalidad,
desde que el pobre Larra describiera una Administración triste y
sombría. Es casi que lo mismo, solo que con ordenadores... una
Administración ajena a la gente a la que sirve.
Y
es que la Administración de Justicia en España no es diferente a
las otras.... salvo que se llama Cenicienta. Plantillas esquilmadas
por las sucesivas jubilaciones o bajas de otro tipo y suplidas con
personal interino que cuando está formado se va a la calle, Jueces y
Secretarios que no dan a basto a un trabajo inmenso que les cae día
tras día sin que se les pueda exigir calidad en su trabajo, porque
es materialmente imposible, carencia de medios y un sinnúmero de
grietas por donde esta llamada Justicia hace agua...
El
ciudadano medio carece de la información necesaria para ejercer una
debida crítica, aquella que remediara los enormes problemas que los
ciudadanos sufren a causa de ella. Pero urge que se conciencie de que
sin una Justicia justa, equilibrada, proporcional y neutra el Estado
de Derecho no existe. Y sin Estado de Derecho la llamada Democracia
es una verdadera broma. De mal gusto.
Es imprescindible que el ciudadano de base presione a los Partidos Políticos
para llevar a cabo una transformación estructural de la Justicia.
Esa modificación de su estructura, tanto en las leyes materiales como en las de procedimiento, es una verdadera necesidad.
Mientras
no se lleve a cabo, todo seguirá igual. Y no tendréis razón de
quejaros.
A
partir de hoy iremos dando claves para el cambio.
Paco
Albert
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