CARTA A UNA MUJER
La esperanza y la paz.
(escrita en los días en que tuvo lugar la Cumbre de las
Azores, en la que Aznar hizo participar a España en los preparativos
de la invasión de Irak). Sirva de homenaje a la mujer en el 8 de marzo de 2017)
Las
brumas de una tarde valenciana que se entrega al recogimiento inundan
un cielo entre gris y negro; es una tarde que expira en brazos de la
noche, próxima, que la envuelve; unas notas de Mozart ponen el
contrapunto a la soledad que produce el tránsito a la noche; la
silente frialdad de lo oscuro ha sido siempre, curiosamente, la mayor
aliada de la búsqueda del abrazo, del retorno a lo cálido, a lo
muelle, del encuentro con el zumbido de la leña al chisporrotear
entre los arcanos del fuego.
Acabo
de echar una mirada rápida a las diferentes opiniones que en la
prensa se ofrece sobre la guerra, mas próxima que la noche y tan
negra como ella. La impiedad y la torpeza se alían en torno a la
quimera del triunfo. La soberbia y el honor, crueles aliados, gestan
una corona de espinos con la moral como bandera. Y la Humanidad se
muere toda de pena, gritando por los que van a morir por nada ni por
nadie. La estupidez se refleja en la bandera que el poderoso exhibe
huérfano de otra justificación que su propia infamia, coreado por
bufones de innobles próceres ansiosos por el resto del festín, por
la sombra de una migaja.
Todo
es deleznable en este afanarse de correveidiles que amortajan la
esperanza. Se olvidaron de la sonrisa de un niño y se acuestan sobre
sábanas tan frías como las fosas de todos los cementerios del
mundo. La noche camina en pos de no se qué. Es posible que mañana
sea un paso más en la ilusión de que el mundo siga girando, aun
ajeno a tanta cabriola y a tanto demente ebrio de poder.
Tu
cabeza de mujer intenta buscar explicaciones y no encuentra; tu
cuerpo, sabio en hacer fructificar la vida, rechaza la sinrazón de
la muerte. Sigues alumbrando esperanza aunque no encuentres
respuestas a tantas cosas... Mozart sigue vivo, y la
primavera cercana pondrá su nota más eminente en los brotes de
las pequeñas hojas, en la flor del azahar de nieve, en el almendro
de nata. La sangre del amor no sea hollada por el malquerer de los
guardianes del odio. Que la noche sea oscura y fría y eterna para
ellos.
Paco
Albert
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